viernes, 11 de enero de 2008

El quinto en discordia

Esta es una de las crueldades del teatro de la vida: todos pensamos que somos protagonistas, y cuando se hace evidente que somos simples personajes secundarios o figurantes, raramente lo reconocemos.

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… como la lealtad era la única clase de amor que mi madre era capaz de pedir, tendía a comportarse de forma irracional cuando pensaba que estaba siendo la mujer más razonable del mundo. Yo hablaba muy poco durante aquellas discusiones, y ella interpretaba mi silencio, correctamente, como una negativa a cambiar de opinión.

Ella no sabía cuánto la quería ni lo mal que me sentía al desobedecerla, pero ¿qué podía hacer yo? En el fondo de mi corazón, sabía que ceder y prometerle lo que quería, habría supuesto el final de todo lo bueno que había en mí. Yo no era su marido, capaz de mantener la calma ante la feroz rectitud de su esposa; yo era su hijo, y había heredado gran parte de su granítica determinación y su temperamento de la tierras altas de Escocia.

Un día, tras una comida particularmente desdichada, mi madre terminó por exigir que eligiera entre ella y “esa mujer”. Yo elegí una tercera opción. Tenía suficiente dinero para adquirir un boleto de tren, y al día siguiente me escapé del colegio, me marché a la capital del condado y me alisté en el ejército.

Tomado de El quinto en discordia, de Robertson Davies, publicado por Libros del Asteroide. Traducción de Natalia Cervera de la Torre.

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